Un día entra en internet o tal vez en una tienda especializada en bicicletas, que más da. Quiere comprarse una especial, es cara pero lo vale. De entre todas las que ve escoge la que será “su bicicleta”: roja y negra, con cuadro de fibra de carbono, sillín, tubulares, frenos, platos y su pequeño ordenador de a bordo que le indicará, al margen de los kilómetros, su ritmo cardíaco.
Como en tantas ocasiones se calza sus zapatillas, se pone el maillot, el coulotte, resetea el ordenador y poco después salta a la carretera dispuesto a hacer la ruta prevista, sin saber que el destino le deparaba esto…
La lista de muertes por accidentes de tráfico no tiene fín. Se piden sanciones más duras para los infractores, aumentan las penas, pero día tras día, el número de heridos y de muertes sigue aumentando imparable. Lo peor es que no hablamos de estadística, lo hacemos de padres, madres, hermanos, amigos y compañeros que quedan destrozados por la pérdida de un ser querido. Hablamos de vidas truncadas y de ilusiones partidas, que tal vez se podrian evitar con solo tomar conciéncia de lo que significa subirse a un coche, a una moto, o a una bicicleta.
Conciencia de que cuanto más grandes y más potentes, más peligrosos.
Conciencia de que cuanto más pequeños, más vulnerabes.